jueves, 29 de mayo de 2014

Pedregal y rémora

Aquel detritus del leviatán autocrático se acumula tardíamente en el frontispicio de ese museo, que no es nuestro.
Si es un folclorismo de sesgo conservador y arcaico o un neologismo encubridor de solapadas pretensiones, resabios de una extinta generación, puede ser, sin embargo al observar su agonal ropaje he logrado inferir, en un ejercicio de deducción lógica, y no reclama mayor esfuerzo, que se trata de un atavismo monárquico caído en desuso por una cuestión consuetudinaria, por la fuerza de la costumbre democrática inherente a la naturaleza misma de todos los pueblos.Aquella ruina desafiante y su avasallante fisonomía de héroe apolíneo, imitación fracturada de la hetaira época clásica, suscita demasiada tristeza rezagada, unida a una perpetua invocación de justicia.(erga omnes)
De moral heterónoma y anómala la esfinge del prócer, perpretador y hereje en el estadio inferior de la barbarie, tal como se exhibe coercitivamente y con escarnio, representa la encarnación del poder momificado en un homo dominatus de injusta razón, ayer de carne y hueso, hoy de lisa y llana piedra, ni siquiera mármol. Éste aunque refinado por el precio que le otorga el mercado es al fin de cuentas, sólo piedra para la construcción de un último reducto suntuoso, el mausoleo.Ambos, museo y mausoleo, tienen en común a los restos óseos, parte simbólica de la muerte, como unidad de medida o mercancía universal de intercambio. En definitiva, mientras que el museo resguarda el recuerdo de los muertos, sus obras, lo que hicieron cuando estaban vivos,la cultura, el aporte de los hombres a un mundo por ellos increado,el mausoleo conserva los huesos.Y éstos ciertamente poseen a la sazón verdaderas neuronas prodigiosas, pues nunca jamás olvidarán cómo fue la vida y la muerte de una persona.Característica singular y extraordinaria es la memoria descriptiva.
Algo curioso ocurre con el poder, porque además de fosilizar se autofoliza a sí mismo convirtiéndose y convirtiendo al poderoso que lo ostenta en petrificada rémora inmóvil.El hombre de piedra, o la formación rocosa de la edad de piedra, sempiternamente dirige su mirada al sur, clavada y penetrante en el agreste y arrasado paisaje patagónico.Él está cubierto, muy bien protegido, por oscuros andamiajes ancestrales y contractuales de sedimentos centuriados, los que se asemejan a la piel o cuero pétreo de un gigante bravucón y violento, cuya conducta antropofágica no es excusable en la influencia irresistible del dionisius metafísico y , por ende, poseedor de una incorporeidad gravitante y desde luego vital en el asunto.