domingo, 27 de abril de 2014

Amores perros

Es el espectáculo global contemplado por millones de ojos de mirar impasible una elocuente comedia trágica atravesada hasta aquí, y en el nuevo milenio por la crónica de una muerte anunciada, la del hacedor universal de huesos el mismísimo que industrializó el exterminio y que rechoncho hizo implosión.Esto le ocurrió al asesino porque sus entrañas  se hincharon con la carne molida de los angelitos inocentes que devoró.De igual modo la mal parida y obscena organización supraestatal, ésa es la que  tiene por costumbre escribir sus memorándum con letras de sangre como una metáfora de la maléfica pedagogía de la inquisición e intenta sacralizar la violencia mientras escupe sobre el derecho internacional y abomina del ius divinum, coadyuvo para que la bestia reventara desde su interior.Puesto que legitimó y le otorgó un marco legal y racional a los horrorosos y brutales crímenes, en lo que se ha dado en llamar  la racionalización del iter críminis, o la burocratización de la muerte.Pero a cuántos luctuosos lustros estuvimos de su epílogo si hemos calculado correctamente la línea curva y maloliente que opera entre el cielo y la tierra, el siguiente acto aconteció por un movimiento dialécticamente opuesto, la antítesis de su síntesis.Sólo bastó un santiamén para que la todopoderosa superestructura genocida sucumbiera.En efecto la caída de aquella que adolece de megalomanía fue estruendosa y el caudaloso aneurisma del metal líquido de la codicia la asfixió acabando indefectiblemente con los siglos de su carnal, mecánica y hegemónica lujuria homicida.
Después es menester dejarla insepulta, así nada tendrá que ver con el santo, y los buitres deberán comerse la carroña.